Aproximación psicosocial al suicidio masculino: evidencia desde el Anuario de Muertes 2024

El suicidio representa una de las expresiones más complejas de malestar humano, y su análisis demanda un enfoque que integre tanto factores individuales como sociales. Desde la perspectiva psicosocial, se comprende como un fenómeno donde convergen experiencias subjetivas, construcciones culturales y condiciones estructurales. En este contexto, el suicidio masculino destaca no solo por su prevalencia, sino por su estabilidad a lo largo del tiempo, lo que sugiere la presencia de patrones consolidados que requieren atención específica.

Según el Anuario de estadísticas de muertes accidentales y violentas 2024 publicado por la Oficina Nacional de Estadística, se registraron 706 suicidios, de los cuales 632 fueron cometidos por hombres (89.5%). Esta proporción se mantiene de forma constante: en 2023 fueron 623 hombres, y en 2022, 602. La tendencia indica un fenómeno persistente, con ligeros aumentos interanuales, pero sin variaciones sustanciales en su distribución por edad, método o contexto.

El grupo más afectado corresponde a hombres entre 25 y 44 años. Se trata de una etapa caracterizada por altas exigencias productivas, presión social por el desempeño, y baja tolerancia social hacia la expresión emocional. En este marco, el suicidio se configura como el resultado de múltiples factores: acumulación de estrés, aislamiento afectivo, falta de recursos de afrontamiento, y una limitada disposición a buscar ayuda profesional.

Desde el enfoque humanista, este desenlace puede entenderse como una ruptura del vínculo consigo mismo y con los demás; una pérdida progresiva de sentido, pertenencia y dirección vital. Complementariamente, desde la psicología conductual, puede observarse como una conducta reforzada por la ausencia de modelos de expresión emocional válidos, y por el aprendizaje temprano de la autosuficiencia como única forma legítima de identidad masculina.

El método más utilizado fue el ahorcamiento, lo que coincide con los registros de años anteriores. Este tipo de conducta suicida se caracteriza por su letalidad, su ejecución inmediata y su baja posibilidad de interrupción externa. La mayoría de los eventos ocurrieron en el hogar, lo cual refleja también el grado de aislamiento en que se desarrollan.

Pese a la gravedad de las cifras, las estrategias institucionales orientadas a la prevención del suicidio masculino son limitadas. A diferencia de otras causas de muerte —como los homicidios o los accidentes de tránsito— que movilizan planes y campañas de amplio alcance, el suicidio sigue siendo tratado como una cuestión privada, desvinculada de su trasfondo estructural.

Este panorama exige el diseño de políticas públicas con enfoque de género, orientadas a deconstruir los modelos masculinos tradicionales, generar espacios de atención psicológica culturalmente pertinentes, y fortalecer la educación emocional desde las primeras etapas del desarrollo. Asimismo, se requiere capacitación especializada para profesionales de salud, educación y trabajo comunitario, a fin de identificar señales de riesgo y establecer intervenciones tempranas.

Las estadísticas no solo confirman un patrón, sino que interpelan a los responsables de formular respuestas. La prevención del suicidio masculino debe abordarse no como una tarea médica exclusivamente, sino como un desafío social, educativo y cultural de alta prioridad.

Lic. Rosidery Paulino
Psicóloga-Comunicóloga

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